Comentario
La historia del Arte indio comienza con fuerza y de una manera continuada a partir del siglo III a. C. con el Imperio Maurya, pues anteriormente hay un enorme vacío artístico debido exclusivamente a la utilización de materiales perecederos como, la madera y el ladrillo.
Pero mucho antes, durante el tercero y segundo milenios a. C., floreció la Civilización del Valle del Indo, que fue arrasada por la invasión de los arios hacia el año 1500 a. C. Esta civilización neolítica con un diámetro de acción de más de mil kilómetros y más de un centenar de asentamientos urbanos, entre los que destacan las ciudades de Harappa y Mohen-jo Daro, ofrece una de las culturas más importantes junto a Mesopotamia y Egipto, gracias a su gran vitalidad urbana desarrollada por una gran clase media liberal y mercantil.
Ofrece una variada y rica producción artística: un urbanismo y un alcantarillado ejemplares, unos primorosos sellos de esteatita que comprenden todo un sistema de escritura y una exhaustiva iconografía zoomórfica, un sinfín de diosas madres y de juguetes o exvotos de barro cocido, así como una decorativa cerámica campaniforme y una excelente, aunque escasa, estatuaria en piedra. Todo ello demuestra el alto grado de civilización que alcanzó esta primera cultura india, pero alguno de sus hechos artísticos tienen tal repercusión en la posterior evolución que se deben estudiar como el origen del arte indio.
Es precisamente, como siempre en India, la escultura, la que suma más elementos trascendentes. Tomemos por ejemplo los dos Torsos de Harappa (2000 a. C.): el Masculino (9 cm de altura en pórfido rojo) evidencia la antigüedad y el origen precario de algunos ritos y características iconográficas que han pervivido hasta la actualidad, como el culto al lingam (falo), que posteriormente se adorará como la potencia creadora de Siva, y la omnisciencia y omnipotencia simbolizadas respectivamente en la multiplicación de cabezas y brazos. También es llamativo encontrar en el arte neolítico un tratamiento tan naturalista y tridimensional y el alarde técnico de un esfumato que logra efectos táctiles de gran sensualidad aun en una pieza de pequeño tamaño.
El Torso Femenino (10 cm, de altura en caliza negra) participa de todas las cualidades artísticas de su pareja, pero presenta además un movimiento danzante, un paso de giro adelantando la pierna izquierda, que produce un efecto de gran dinamismo. Se puede interpretar como un antecedente indirecto del Siva Nataraja (rey de la danza cósmica) y más directamente como la energía femenina (shakti) o gran madre creadora según el Tantra, que explica el génesis gracias a la danza de la diosa. El gran orificio vaginal, yoni, concuerda con el lingam del torso masculino y define estas esculturas como imágenes de culto a la sexualidad.
Los Bustos de Sacerdotes (2000-1750 a. C., en torno a los 20 cm en esteatita y calizas varias), posibles retratos de los miembros de la oligarquía religiosa que gobernaba las ciudades del Indo, traducen la aguda observación del natural, que siempre caracterizará el arte indio, en la fiel interpretación de sus rasgos étnicos y algún otro detalle realista como la barba; al mismo tiempo, una mezcla de estilos vivifica la imagen, que se concibe con un sentido general abstracto aun en base a rasgos reales, donde también cabe algún elemento expresionista como los restos de conchas en los ojos de alguno de estos bustos.
La última gran pieza escultórica del Indo es la llamada Bailarina Negra (2000-1750 a. C., de 14 cm en cobre forjado). También es una de las piezas más polémicas de esta civilización; fue hallada en Mohen-jo Daro y sorprende por su gran naturalismo y su actitud desenfadada rayana en la desfachatez, por lo tanto lejana de cualquier concepción sacraneolítica, pero hermanada con las innumerables yakshis de la India budista e hindú. Por otra parte, evidencia la gran diversidad étnica de los pobladores del Indo y permite imaginar cómo la población flotante contribuiría al bullicio de estas vitales urbes.